El asesinato de Sylvia Likens es uno de los más horribles crímenes infantiles registrados en la historia de Indianápolis. El sadismo y la brutalidad a la que fue expuesta la chica de dieciséis años son inhumanos. Siempre que alguien lea o sepa del caso terminará preguntándose qué mente enferma pudo ser capaz de ocasionar tanto daño a un inocente.
Carta del editor
"Dime Ruth, o mejor dicho Gertrude Baniszewski, qué fue lo que te llevó a destrozar a esa chica, a llenarte de odio cada vez que se te ponía en frente. Como quisiera que explicaras el por qué organizaste ese juego tan macabro, donde la que siempre salía perdiendo era Sylvia. Lo único que realmente espero, es que estés ardiendo en el infierno hasta el fin de los tiempos".
La historia de Sylvia se sitúa 1965 en un condado de Indianápolis. Ella y su hermana, que sufría de poliomielitis, fueron puestas al cuidado de Gertrude Baniszewki, una mujer que los padres de las niñas recién acaban de conocer. Los papás de las niñas viajaban mucho debido a que trabajaban en el circo, por eso no podían hacerse cargo de ellas. Parecía que la vida era buena en casa de Gertrude y sus seis hijos, hasta que hubo un retraso con el cheque que los Likens mandaban para que se cuidara a sus hijas. Entonces, ahí empezó la pesadilla.
–A ver perras. ¿Dónde está mi dinero? Son unas malditas malagradecidas vividoras. Las cuidé una puta semana y no veo mi cheque en el correo. Veinte azotes a cada una por malcriadas. Pero no se preocupen mis niñas, todo esto es por su bien.
Gertrude perdió la razón y comenzó a propiciar castigos a Sylvia por cualquier estupidez que ella decidiera que merecía una paliza. Lo que más sorprende es que sus hijos también se hicieron participes de la tortura de la niña. Mientras que su hermana menor estaba obligada a ser espectadora del horroroso circo que dirigía Gertrude.
De este caso surgió una novela, La chica de al lado (The girl next door) de Jack Ketchum, se sitúa en los años cincuenta, la época de oro de la sociedad estadounidense. Si bien no es una gran obra literaria, el autor tiene la habilidad para mantenerte al filo de tu asiento. Es un libro que puedes leer incluso en un día, pues su prosa es ágil y sencilla. También hay una película protagonizada por Ellen Pege (An american crime, 2007) que en lo personal no me gustaría ver. Con el libro tuve suficiente.
La trama de la novela es casi idéntica a lo que sucedió ese verano, pues está basada en los reportes policiacos y los testimonios, solo cambia los nombres y añade algunas situaciones. Las huérfanas Meg de catorce años y su hermana Susan de nueve quedan al cuidado de su tía Ruth, una mujer que vive sola con sus hijos. En su estadía, Meg conoce a David, un jovencito de doce años. Él se enamora de la niña, pues es muy hermosa e inteligente, pero lo que más le encanta es su actitud audaz y desafiante, algo que terminará por meterla en grandes problemas. Aunque David simpatizaba con Meg, al darse cuenta del horrible tormento en el que ella vivía, hizo caso omiso, de hecho se convirtió en espectador, y al término de la agonía de Meg, intentó ayudarla sin éxito y de una forma bastante mediocre.
Reporte de los hechos. Primero empieza con trifulcas subidas de tono, donde ya hay golpes e insultos contra Sylvia. Después de unos días la bajan al sótano porque no la creen digna de estar en la casa, ahí permanece recluida, privada del sanitario y con una cantidad mínima de comida y agua. En ese momento es cuando empieza la peor tortura contra Sylvia. Aquí los niños ya empiezan a involucrarse, dirigidos por Gertrude.
Comienza el juego. Gertrude y sus hijos disfrutan de lanzarle cosas, de patearla varias veces en la cara, en el estómago y en las piernas. A causa de eso su vejiga quedó dañada provocándole incontinencia. Incluso la bañan con agua hirviendo hasta que la piel se le ulceraba y ella perdía el conocimiento, y estando desmayada la sacaban de los pelos y la reanimaban con agua bastante fría. La humillaban con toda clase de insultos y burlas, pero un día que se les acabaron las ideas, y se les ocurrió que sería bueno hacerla comer su propio excremento. También le apagaban cigarrillos por todo el cuerpo, a cada rato. Y si por alguna razón Gertrude se enojaba, hacía que sus hijos inmovilizaran a Sylvia en el suelo, que bruscamente le abrieran las piernas y que le introdujeran botellas de Coca cola. Es más, hubo una ocasión en que la botella se rompió y le desgarró el cuello del útero.
Durante otro día de ocio, se les hizo buena idea grabarle en el abdomen con una aguja caliente “soy prostituta y estoy orgullosa de serlo” para que no se desnudara nunca frente a ningún hombre.
Parecía club en el sótano de Gertrude, pues sus hijos invitaron a sus amiguitos para que se divirtieran golpeando, lanzando y quemando a Sylvia. Todo esto les causaba mucha gracia y no lo veían mal. También repetidas veces la violaban, tanto los hijos de Gertrude como los niños que siempre jugaban todas las tardes en el vecindario. La habían arruinado.
Lo que hace pensar a uno sobre esta historia, es qué llevó a esta despiadada mujer a causarle tanto daño a Sylvia. Tal vez eran sus fracasos matrimoniales, el haber quedado a cargo de tantos niños sin los suficientes recursos para mantenerlos, o el odio hacia los hombres que la habían dejado en tales condiciones. La frustración de lo que se había convertido su vida la sacaba con cada golpe que le propiciaba a la chica. Aunque, Gertrude atribuye su bipolaridad y locura a unos medicamentos que tomaba para controlar su asma.
Otro asunto bastante macabro es el hecho de que sus hijos, menores de edad, incluso uno de trece años (el niño más joven en Indianápolis en ser condenado), participaran sin miedo y sin remordimiento en el juego enfermizo que había creado su madre. Hasta otros jovencitos del vecindario iban a presenciarlo como si fuera un espectáculo y se hacían parte de este.
Hubo muchos testigos, mucha gente que sabía lo que pasaba y nadie dijo nada. Todos se llenaron de indiferencia y llegaron a pensar que quizás había hecho algo muy malo, o tal vez sí era una prostituta y debía pagar por ello. La razón, la piedad, y la bondad habían abandonado a un pueblo, que ante todo, estaba muy podrido.
Finalmente, Sylvia fallece a causa de una hemorragia cerebral por haber sido lanzada de las escaleras y después de soportar varias semanas de maltratos físicos y mentales. Obviamente todos fueron a la cárcel, sin importar que fueran menores, y la hermanita de Sylvia fue puesta al resguardo de las autoridades.
La policía se enteró hasta que ya era demasiado tarde para rescatarla. El impactó que causaron los restos de la niña hicieron que la gente aterrizará en la cordura y se diera cuenta de lo que habían provocado; así mismo, la policía reconoció su ineficiencia, ya que los rumores ya habían llegado hasta ellos y no hicieron nada para ayudarla.
Otro punto de esta horrorosa historia, y el que más me indigna, es que en el juicio celebrado contra los presuntos culpables, les preguntaron por qué lo habían hecho, por qué no dijeron nada y por qué decidieron jugar a la muerte con Sylvia. Y lo único que contestaban los monigotes era que no sabían, que les pareció bien, que nunca pensaron en las consecuencias ni que se saldría de control, y que se lo merecía por alguna razón que tampoco conocían.
Cómo es posible la humanidad desde siempre sea tan cruel y malvada, que actos tan horribles les produzcan placer, emoción y hasta entretenimiento. Ningún castigo contra los culpables fue suficiente, ni la cadena perpetúa a la que fue condenada Gertrude, ni los años en prisión que pasaron sus hijos. Pero lo que más impacta de este caso es que un gran número de personas se dejaron influenciar de las perversiones de Gertrude. ¡Cuidado! la maldad es muy contagiosa.
Fuentes
Jack Ketchum, La chica de al lado. Madrid, Factoría de Ideas 2006.
https://welkerlots.wordpress.com/2015/02/18/sylvia-likens-ghost-of-indianapolis/
http://www.sylvialikens.com/
Por: Ingrid Vargas
"Dime Ruth, o mejor dicho Gertrude Baniszewski, qué fue lo que te llevó a destrozar a esa chica, a llenarte de odio cada vez que se te ponía en frente. Como quisiera que explicaras el por qué organizaste ese juego tan macabro, donde la que siempre salía perdiendo era Sylvia. Lo único que realmente espero, es que estés ardiendo en el infierno hasta el fin de los tiempos".
La historia de Sylvia se sitúa 1965 en un condado de Indianápolis. Ella y su hermana, que sufría de poliomielitis, fueron puestas al cuidado de Gertrude Baniszewki, una mujer que los padres de las niñas recién acaban de conocer. Los papás de las niñas viajaban mucho debido a que trabajaban en el circo, por eso no podían hacerse cargo de ellas. Parecía que la vida era buena en casa de Gertrude y sus seis hijos, hasta que hubo un retraso con el cheque que los Likens mandaban para que se cuidara a sus hijas. Entonces, ahí empezó la pesadilla.
–A ver perras. ¿Dónde está mi dinero? Son unas malditas malagradecidas vividoras. Las cuidé una puta semana y no veo mi cheque en el correo. Veinte azotes a cada una por malcriadas. Pero no se preocupen mis niñas, todo esto es por su bien.
Gertrude perdió la razón y comenzó a propiciar castigos a Sylvia por cualquier estupidez que ella decidiera que merecía una paliza. Lo que más sorprende es que sus hijos también se hicieron participes de la tortura de la niña. Mientras que su hermana menor estaba obligada a ser espectadora del horroroso circo que dirigía Gertrude.
De este caso surgió una novela, La chica de al lado (The girl next door) de Jack Ketchum, se sitúa en los años cincuenta, la época de oro de la sociedad estadounidense. Si bien no es una gran obra literaria, el autor tiene la habilidad para mantenerte al filo de tu asiento. Es un libro que puedes leer incluso en un día, pues su prosa es ágil y sencilla. También hay una película protagonizada por Ellen Pege (An american crime, 2007) que en lo personal no me gustaría ver. Con el libro tuve suficiente.
La trama de la novela es casi idéntica a lo que sucedió ese verano, pues está basada en los reportes policiacos y los testimonios, solo cambia los nombres y añade algunas situaciones. Las huérfanas Meg de catorce años y su hermana Susan de nueve quedan al cuidado de su tía Ruth, una mujer que vive sola con sus hijos. En su estadía, Meg conoce a David, un jovencito de doce años. Él se enamora de la niña, pues es muy hermosa e inteligente, pero lo que más le encanta es su actitud audaz y desafiante, algo que terminará por meterla en grandes problemas. Aunque David simpatizaba con Meg, al darse cuenta del horrible tormento en el que ella vivía, hizo caso omiso, de hecho se convirtió en espectador, y al término de la agonía de Meg, intentó ayudarla sin éxito y de una forma bastante mediocre.
Reporte de los hechos. Primero empieza con trifulcas subidas de tono, donde ya hay golpes e insultos contra Sylvia. Después de unos días la bajan al sótano porque no la creen digna de estar en la casa, ahí permanece recluida, privada del sanitario y con una cantidad mínima de comida y agua. En ese momento es cuando empieza la peor tortura contra Sylvia. Aquí los niños ya empiezan a involucrarse, dirigidos por Gertrude.
Comienza el juego. Gertrude y sus hijos disfrutan de lanzarle cosas, de patearla varias veces en la cara, en el estómago y en las piernas. A causa de eso su vejiga quedó dañada provocándole incontinencia. Incluso la bañan con agua hirviendo hasta que la piel se le ulceraba y ella perdía el conocimiento, y estando desmayada la sacaban de los pelos y la reanimaban con agua bastante fría. La humillaban con toda clase de insultos y burlas, pero un día que se les acabaron las ideas, y se les ocurrió que sería bueno hacerla comer su propio excremento. También le apagaban cigarrillos por todo el cuerpo, a cada rato. Y si por alguna razón Gertrude se enojaba, hacía que sus hijos inmovilizaran a Sylvia en el suelo, que bruscamente le abrieran las piernas y que le introdujeran botellas de Coca cola. Es más, hubo una ocasión en que la botella se rompió y le desgarró el cuello del útero.
Durante otro día de ocio, se les hizo buena idea grabarle en el abdomen con una aguja caliente “soy prostituta y estoy orgullosa de serlo” para que no se desnudara nunca frente a ningún hombre.
Parecía club en el sótano de Gertrude, pues sus hijos invitaron a sus amiguitos para que se divirtieran golpeando, lanzando y quemando a Sylvia. Todo esto les causaba mucha gracia y no lo veían mal. También repetidas veces la violaban, tanto los hijos de Gertrude como los niños que siempre jugaban todas las tardes en el vecindario. La habían arruinado.
Lo que hace pensar a uno sobre esta historia, es qué llevó a esta despiadada mujer a causarle tanto daño a Sylvia. Tal vez eran sus fracasos matrimoniales, el haber quedado a cargo de tantos niños sin los suficientes recursos para mantenerlos, o el odio hacia los hombres que la habían dejado en tales condiciones. La frustración de lo que se había convertido su vida la sacaba con cada golpe que le propiciaba a la chica. Aunque, Gertrude atribuye su bipolaridad y locura a unos medicamentos que tomaba para controlar su asma.
Otro asunto bastante macabro es el hecho de que sus hijos, menores de edad, incluso uno de trece años (el niño más joven en Indianápolis en ser condenado), participaran sin miedo y sin remordimiento en el juego enfermizo que había creado su madre. Hasta otros jovencitos del vecindario iban a presenciarlo como si fuera un espectáculo y se hacían parte de este.
Hubo muchos testigos, mucha gente que sabía lo que pasaba y nadie dijo nada. Todos se llenaron de indiferencia y llegaron a pensar que quizás había hecho algo muy malo, o tal vez sí era una prostituta y debía pagar por ello. La razón, la piedad, y la bondad habían abandonado a un pueblo, que ante todo, estaba muy podrido.
Finalmente, Sylvia fallece a causa de una hemorragia cerebral por haber sido lanzada de las escaleras y después de soportar varias semanas de maltratos físicos y mentales. Obviamente todos fueron a la cárcel, sin importar que fueran menores, y la hermanita de Sylvia fue puesta al resguardo de las autoridades.
La policía se enteró hasta que ya era demasiado tarde para rescatarla. El impactó que causaron los restos de la niña hicieron que la gente aterrizará en la cordura y se diera cuenta de lo que habían provocado; así mismo, la policía reconoció su ineficiencia, ya que los rumores ya habían llegado hasta ellos y no hicieron nada para ayudarla.
Otro punto de esta horrorosa historia, y el que más me indigna, es que en el juicio celebrado contra los presuntos culpables, les preguntaron por qué lo habían hecho, por qué no dijeron nada y por qué decidieron jugar a la muerte con Sylvia. Y lo único que contestaban los monigotes era que no sabían, que les pareció bien, que nunca pensaron en las consecuencias ni que se saldría de control, y que se lo merecía por alguna razón que tampoco conocían.
Cómo es posible la humanidad desde siempre sea tan cruel y malvada, que actos tan horribles les produzcan placer, emoción y hasta entretenimiento. Ningún castigo contra los culpables fue suficiente, ni la cadena perpetúa a la que fue condenada Gertrude, ni los años en prisión que pasaron sus hijos. Pero lo que más impacta de este caso es que un gran número de personas se dejaron influenciar de las perversiones de Gertrude. ¡Cuidado! la maldad es muy contagiosa.
Fuentes
Jack Ketchum, La chica de al lado. Madrid, Factoría de Ideas 2006.
https://welkerlots.wordpress.com/2015/02/18/sylvia-likens-ghost-of-indianapolis/
http://www.sylvialikens.com/
Por: Ingrid Vargas