Durante el gobierno de Porfirio Díaz, México se vio expuesto a grandes e innovadores cambios. Muchos celebraban el auge de la cultura francesa en el país, pues el avance y la modernidad que ésta ofrecía, apantallaba y encantaba. No obstante, en contraste con tan apabullantes costumbres extranjeras, la cultura indígena, a pesar de ser tomada en cuenta por sus aportaciones, era despreciada y poco valorada, ya que sólo se admiraba de manera superficial y mientras tanto, los indígenas seguían padeciendo explotación y exterminio. En el ambiente se percibía la modernización rápida de diferentes sectores, sobre todo el cultural. Las instituciones educativas y artísticas estaban recibiendo mucho más apoyo y atención, lo que se reflejó en el crecimiento de éstas. Aun así, la desigualdad no dejaba de respirarse en el país.
Con todo esto surgieron dos corrientes intelectuales: la oficialista y la de los rebeldes. La primera, con su lema “paz, orden y progreso”, tenía como objetivo justificar al gobierno de Porfirio Díaz. La segunda, no estaba interesada en favorecer al gobierno en turno, sino que sus intereses radicaban en la situación hostil actual del país y en darla a conocer. Por esa razón fueron censurados y hasta encarcelados por el gobierno de Díaz.
En la vida cotidiana se refleja la indiferencia que prevalecía en el gobierno de Porfirio. Toda esa innovación era para deleite de la clase privilegiada, la clase alta, pues los espectáculos y los nuevos lujos que se podían adquirir eran precisamente para ésta. Los adinerados gustaban de paseos en transportes lujosos, de la ópera, de reuniones en los clubes de moda, como el “Jockey Club”, hoy conocido como “La casa de los Azulejos”. La moda y el uso de prendas de alta costura no podían quedar atrás, la clase dominante tenía un gusto tremendo por las tendencias parisinas, desde vestidos de seda, guantes de finas pieles y sombreros muy altos. La clase media tenía actividades más modestas, como ir a los partidos de béisbol, patinaje, o remar a media tarde. La clase baja, por otro lado, acudía a los circos como el Jordán o el Magnolia.
En la vida cotidiana se refleja la indiferencia que prevalecía en el gobierno de Porfirio. Toda esa innovación era para deleite de la clase privilegiada, la clase alta, pues los espectáculos y los nuevos lujos que se podían adquirir eran precisamente para ésta. Los adinerados gustaban de paseos en transportes lujosos, de la ópera, de reuniones en los clubes de moda, como el “Jockey Club”, hoy conocido como “La casa de los Azulejos”. La moda y el uso de prendas de alta costura no podían quedar atrás, la clase dominante tenía un gusto tremendo por las tendencias parisinas, desde vestidos de seda, guantes de finas pieles y sombreros muy altos. La clase media tenía actividades más modestas, como ir a los partidos de béisbol, patinaje, o remar a media tarde. La clase baja, por otro lado, acudía a los circos como el Jordán o el Magnolia.
Las artes plásticas y la pintura también florecieron en la Academia de San Carlos donde se enseñaban técnicas extranjeras pero al mismo tiempo adquirían los tópicos de México; a esta tendencia se le llamó “academicismo nacionalista”. Entre los más destacados pintores está José María Velasco, partidario de Díaz, y José Guadalupe Posada, que se declaró siempre en contra del régimen. Sin embargo, lo que más caracterizó a esta época fue la arquitectura. Porfirio Díaz se dio a la tarea de modernizar tanto la capital como las importantes ciudades de provincia. Aunque de nueva cuenta todo era para los preferidos de Díaz, los ricos y poderosos. Mientras colonias como la Roma, Santa María la Ribera y el Pedregal florecían, a los alrededores la gente de escasos recursos se pudría en su misma inmundicia fecal debido al pésimo servicio de drenaje.
Haciendo a un lado los graves fallos del gobierno, es bueno reconocer ciertos aciertos; la construcción de algunos de los monumentos más famosos es uno de ellos. El levantamiento del Ángel de la independencia, el manicomio de la Castañeda, el museo del Chopo, el museo de Geología, el edificio de Correos y Telégrafos, el Colegio Militar, el palacio de Lecumberri y de Bellas Artes le dio un nuevo toque cultural y nuevo a la capital. Embellecimiento y refinamiento al estilo francés para atraer la mirada de los extranjeros y cubrir los rastros de miseria y pobreza que se iba asentando con más rapidez en los alrededores. El olvido de los más vulnerables acrecentaba la discriminación y la indiferencia hacia la pobreza. Sin embargo, no es de extrañarse tal situación, ni mucho menos nos puede parecer desconocida, basta con darnos cuenta de nuestra realidad y de analizar nuestro presente para concluir que la vida de aquel entonces no dista mucho de la actual.
Por: @Ingrid_VaLo
Por: @Ingrid_VaLo