Alguna vez, seguramente ha cruzado por sus mentes cómo sería su despedida de este mundo. Puede que escalofríos recorran sus cuerpos de tan sólo imaginarlo, pero es aún más espeluznante que incluso en esas circunstancias hay que atender asuntos que, si bien podrían parecer triviales y superfluos, son (desgraciadamente) obligatorios, llámense
‘gastos y trámites funerarios’. Y claro, toda una vida de gastos, burocracia y estadísticas no podía culminar de mejor manera que con más gastos y más trámites.
‘gastos y trámites funerarios’. Y claro, toda una vida de gastos, burocracia y estadísticas no podía culminar de mejor manera que con más gastos y más trámites.
Afortunadamente, hasta en cuestión de funerales, hay para todo tipo de bolsillo. Por ejemplo: hay servicios que por 3 mil pesos y fracción, te ofrecen ataúd metálico ½ cristal, traslado a domicilio o sala de velación, el tedioso trámite ante el registro civil, carroza al cementerio y automóvil pullman para 35 ‘invitados’. Por otro lado, hay funerarias que ofrecen planes a futuro (como si la vida fuese tan larga y tan no trágica para planear el funeral), con servicios que cuestan alrededor de unos 55 mil pesitos (también está la opción de pago en mensualidades) y prácticamente incluye lo mismo que el servicio anterior, solo que más fancy y quizá con café de mejor calidad para los asistentes.
Si ya de plano quieren echar la casa por la ventana, también hay servicio de video homenaje en el que todos puedan apreciar sus vida y milagros, publicación de esquela, cuarteto musical para amenizar la velada, ¡y hasta registro de estrellas! Así es querido público lector, por una cantidad ‘seguramente muy módica’, ya es posible elegir una estrellita de ésas que se ven cada noche en el cielo, y registrarla a nombre de aquella persona que ya no figura en este plano terrenal, porque ¿qué mejor que mirar hacia arriba y recordar al fallecido? Con tanto derroche en servicios, me extraña que no se encuentre el de las plañidera; sí, ese oficio tan antiguo (no lo confundan con aquel otro) de origen hebreo, que consiste en pagarle a mujeres para que lloren a mares en los funerales. Este negocio tuvo rotundo éxito, que posteriormente, los pueblos griego y romano también lo adoptaron; e incluso, lo sofisticaron un poco más: la praefica, era la llorona principal, la que presidía a todas las demás lloronas (algo así como el capitán de meseros) y les indicaba a las lamentatrices el modo adecuado de llorar, o sea, cuánta enjundia debían ponerle a su llanto, según la clase del difunto – y siempre había dinero para pagarles a estas señoras de tan honrado oficio pues se trataba de algún finado de la high – Yo sólo me pregunto, cómo le harían para estar siempre en su trabajo de humor para llorar ...
Si ya de plano quieren echar la casa por la ventana, también hay servicio de video homenaje en el que todos puedan apreciar sus vida y milagros, publicación de esquela, cuarteto musical para amenizar la velada, ¡y hasta registro de estrellas! Así es querido público lector, por una cantidad ‘seguramente muy módica’, ya es posible elegir una estrellita de ésas que se ven cada noche en el cielo, y registrarla a nombre de aquella persona que ya no figura en este plano terrenal, porque ¿qué mejor que mirar hacia arriba y recordar al fallecido? Con tanto derroche en servicios, me extraña que no se encuentre el de las plañidera; sí, ese oficio tan antiguo (no lo confundan con aquel otro) de origen hebreo, que consiste en pagarle a mujeres para que lloren a mares en los funerales. Este negocio tuvo rotundo éxito, que posteriormente, los pueblos griego y romano también lo adoptaron; e incluso, lo sofisticaron un poco más: la praefica, era la llorona principal, la que presidía a todas las demás lloronas (algo así como el capitán de meseros) y les indicaba a las lamentatrices el modo adecuado de llorar, o sea, cuánta enjundia debían ponerle a su llanto, según la clase del difunto – y siempre había dinero para pagarles a estas señoras de tan honrado oficio pues se trataba de algún finado de la high – Yo sólo me pregunto, cómo le harían para estar siempre en su trabajo de humor para llorar ...
Pero, cuando uno se ve abrumado por toda esta parafernalia fúnebre piensa en lo que es verdaderamente simbólico de todo este asunto: ¿qué tanto dinero se gasta? ¿qué tan cómodos se sientan los asistentes? ¿qué tan bien luce el sepulcro a lado de los de otros difuntos?
¿Realmente a quién honra este tipo de gastos: a una persona muerta o a quién puede demostrar ante los demás su gran poder adquisitivo? Podría decirse titubeando que los tiempos de hoy en día nos han orillado a dotarle de un valor casi únicamente material a cada situación; se mide la calidad de vida en relación al capital que se invierte en ella y parece que la ‘calidad de muerte’ también. Mas, sorprendentemente, aún hay lugares en donde la gente se olvida del valor monetario e impregna un significado emocional a sus funerales.
No obstante, tampoco hay que olvidar que la forma en que uno procura la despedida definitiva de un fallecido está estrechamente relacionada o es producto de cómo el hombre percibe y comprende el concepto de la muerte. Por ejemplo: una persona escéptica, podría creer que, sólo por cuestiones de salubridad, basta con depositar los restos de un difunto en donde no contaminen, estorben o incomoden. Y eso dejaría ver, en efecto, mucho de la concepción que tiene sobre la muerte.
Pero hay quienes creen firmemente que la muerte es otro mundo, que al morir todos vamos a otro lugar, algunos casi podrían describir cómo es dicho lugar, de qué manera se habita allí y hasta qué se hace, pero de cualquier forma, ven el rito funerario como la gran preparación hacía un enigmático viaje. Y hablando de planeación, no es de sorprenderse que entre los romanos fuese común, sobre todo en la clase alta, que se dejara muy bien dispuestas las exequias, los llamados mandata de funere, donde se indica desde quién se encargará de organizar la ceremonia hasta qué tipo de tratamiento se les dará a los restos y el sepulcro.
El terrible emperador Nerón demandó que al morir su cadáver fuese incinerado, mas no mutilado; y Otón, que bajo ningún concepto se le cortara la cabeza. Hay muchas culturas que realizan sus ceremonias fúnebres en función de la facilidad y practicidad que se le ofrece al muerto, equipan el cuerpo inerte con herramientas que, se creen, les facilitarán su estancia en esa otra vida. Como los griegos, que acostumbraban poner una moneda en cada ojo o en la boca del fallecido para que tuviera con qué pagar a Caronte, el barquero del Inframundo, su pasaje hacia la Tierra de los muertos, al cruzar el lago Aqueronte. Costumbre muy parecida, la de los mexicas que hacían acompañar a su difunto de un perrito, en alusión a Xólotl, estrella vespertina que simboliza al can que acompaña al Sol cuando viaja a Mictlán o Tierra de los muertos, para que cuando el alma del difunto atravesara el lago Chiconahuapan, se sirviera de nadar sobre el lomo del perrito.
Pero otros iban mucho más allá; en los funerales de los purépechas, se acostumbraba en el caso del deceso de algún gobernante, la selección de un séquito de sirvientes con múltiples oficios, que, si bien le habían servido en vida al difunto, ahora les tocaba servirle aun después de la muerte, y eran enterrados de manera estratégica; el gobernante cremado era colocado en una tumba situada al frente del templo y lo s servidores, sin cremar, los enterraban en la parte trasera del mismo.
¿Realmente a quién honra este tipo de gastos: a una persona muerta o a quién puede demostrar ante los demás su gran poder adquisitivo? Podría decirse titubeando que los tiempos de hoy en día nos han orillado a dotarle de un valor casi únicamente material a cada situación; se mide la calidad de vida en relación al capital que se invierte en ella y parece que la ‘calidad de muerte’ también. Mas, sorprendentemente, aún hay lugares en donde la gente se olvida del valor monetario e impregna un significado emocional a sus funerales.
No obstante, tampoco hay que olvidar que la forma en que uno procura la despedida definitiva de un fallecido está estrechamente relacionada o es producto de cómo el hombre percibe y comprende el concepto de la muerte. Por ejemplo: una persona escéptica, podría creer que, sólo por cuestiones de salubridad, basta con depositar los restos de un difunto en donde no contaminen, estorben o incomoden. Y eso dejaría ver, en efecto, mucho de la concepción que tiene sobre la muerte.
Pero hay quienes creen firmemente que la muerte es otro mundo, que al morir todos vamos a otro lugar, algunos casi podrían describir cómo es dicho lugar, de qué manera se habita allí y hasta qué se hace, pero de cualquier forma, ven el rito funerario como la gran preparación hacía un enigmático viaje. Y hablando de planeación, no es de sorprenderse que entre los romanos fuese común, sobre todo en la clase alta, que se dejara muy bien dispuestas las exequias, los llamados mandata de funere, donde se indica desde quién se encargará de organizar la ceremonia hasta qué tipo de tratamiento se les dará a los restos y el sepulcro.
El terrible emperador Nerón demandó que al morir su cadáver fuese incinerado, mas no mutilado; y Otón, que bajo ningún concepto se le cortara la cabeza. Hay muchas culturas que realizan sus ceremonias fúnebres en función de la facilidad y practicidad que se le ofrece al muerto, equipan el cuerpo inerte con herramientas que, se creen, les facilitarán su estancia en esa otra vida. Como los griegos, que acostumbraban poner una moneda en cada ojo o en la boca del fallecido para que tuviera con qué pagar a Caronte, el barquero del Inframundo, su pasaje hacia la Tierra de los muertos, al cruzar el lago Aqueronte. Costumbre muy parecida, la de los mexicas que hacían acompañar a su difunto de un perrito, en alusión a Xólotl, estrella vespertina que simboliza al can que acompaña al Sol cuando viaja a Mictlán o Tierra de los muertos, para que cuando el alma del difunto atravesara el lago Chiconahuapan, se sirviera de nadar sobre el lomo del perrito.
Pero otros iban mucho más allá; en los funerales de los purépechas, se acostumbraba en el caso del deceso de algún gobernante, la selección de un séquito de sirvientes con múltiples oficios, que, si bien le habían servido en vida al difunto, ahora les tocaba servirle aun después de la muerte, y eran enterrados de manera estratégica; el gobernante cremado era colocado en una tumba situada al frente del templo y lo s servidores, sin cremar, los enterraban en la parte trasera del mismo.
En Madagascar, eso del descanso “eterno” es muy relativo, pues ahí se celebra el Famadihana, rito que consiste en desenterrar los cadáveres cada cinco años, mínimo, y entre junio y septiembre se les envuelve en nuevos sudarios, se danza con ellos, se conversa, se les piden consejos. Es decir, la gente tiene la oportunidad de ‘convivir’ de alguna manera con esos seres que ya se fueron.
En Luzón, la isla más importante de Filipinas, en la tribu igorote, se acostumbra colgar los féretros de sus difuntos quedando pendiendo de acantilados, pues creen que sepultados bajo tierra los cuerpos, las almas se asfixiarían. Lo cierto es que el hombre se ha hecho la costumbre de otorgarle un significado especial, un simbolismo a la despedida de un ser que se va para nunca regresar, al menos no al mundo que se conoce. A veces los rituales funerarios también tienen un aspecto funcional para los que aún tienen vida porque creen que todavía pueden sacarle provecho a los restos mortales de sus miembros. Por ejemplo, los Aghori (India) que conducen su existencia bajo un régimen muy estricto de religiosidad, y algunas tribus en Australia, en donde dejan el cadáver en putrefacción expuesto durante días, y los líquidos corporales que escurren, después son untados sobre los jóvenes con el fin de que el muerto les transfiera sus cualidades; los Aghori, ingieren la carne cruda de sus fallecidos cuyos cuerpos flotan en el Ganges, también beben el agua del mismo río valiéndose de cráneos, a modo de vasos, pues creen que el consumo de este tipo de carne, les transfiere una mejora física y rejuvenecedora.
Meditando sobre todo ¿qué tiene más carga simbólica? El espíritu finalmente sirve para definir el concepto que los demás se crean de cada uno de nosotros, incluso para cobrar ante nosotros mismos una identidad, el cuerpo es como el avatar que usamos durante toda nuestra vida para cobrar una presencia visual en el mundo. O ¿el espíritu? Que se supone, es la esencia de la persona y quizá, lo único que podemos llevarnos al otro mundo.
Por: Itzel Escoto